OPINIÓN
Érase una vez un reino donde los súbditos se perdían en el laberinto de la turbación política, donde la posesión de una ideología se confundía con la devoción ciega a las ideas de terceros. En este lugar, la mayoría no lograba discernir entre sostener principios y priorizar únicamente intereses personales.
En este país, los liberales pasaban sus días quejándose de la falta de protección estatal a las empresas. Y al mismo tiempo, celebran que aquellas que competían deslealmente salgan ilesas. Un reino donde los bancos en quiebra eran rescatados con el dinero público, y las pérdidas del mercado de volátil riesgo recaían nacionalizadas sobre los hombros de los ciudadanos comunes. Un territorio, donde los policías que ejercen el monopolio de la fuerza del Estado, enaltecen a los que se toman la justicia por sus manos.
Érase una vez una patria, donde los partidos obreros abogaban por la creación de una clase que viviera indefinidamente sin trabajar, a expensas del esfuerzo del resto del asalariado. Un mundo al revés, en el que las izquierdas proponían redistribuir la riqueza incrementando la retribución de los que más tienen desposeyendo a los que nada nada detentan. En el que la educación privada y clasista es defendida por los que se autoproclaman ser el ala más a la izquierda Un lugar sin sentido, en el que los ecologistas apoyaban medidas que favorecen el uso privativo del vehículo, a costa de excluir de las calles aparte de sí mismos.
En este surrealista reino español, los conceptos de justicia, equidad y responsabilidad se confunden en una danza caótica. Las ciudadanas, atrapadas en un torbellino de contradicciones políticas, se encuentran desorientadas, sin poder distinguir la realidad de la ficción. En la maraña de incoherencia ideológica en la que campan, se evidencia un fenómeno desconcertante: la falta de alineación entre las creencias proclamadas y las acciones ejecutadas. Un mundo, donde los líderes políticos defienden valores opuestos a los que practican, y las promesas políticas se diluyen en decisiones gubernamentales que contradicen los principios fundamentales que dicen representan.
Esta contradicción doctrinal, lejos de ser un simple desliz, se ha convertido en una característica arraigada en la dinámica política de este y otros reinos vecinos. Y los ciudadanos tragan, sin ni siquiera desconcierto, como las prioridades políticas fluctúan con la dirección de la última DANA.
Las paradojas de este reino reflejan una realidad donde las líneas entre la lógica y la irracionalidad parecen no existir. La lucha por los valores fundamentales se ve eclipsada por la maraña de intereses particulares y la confusión ideológica. Un mundo, en el que no es que las dos mitades que lo conforman no estén de acuerdo, es que es imposible que la mayoría de la población esté siquiera de acuerdo consigo mismo.
En este mundo al revés, la necesidad de una reflexión profunda y un discernimiento claro se vuelve más urgente que nunca. ¿Cómo puede un reino enderezar su curso cuando las verdades se vuelven relativas y los principios fundamentales se desdibujan en el horizonte político? La respuesta a este enigma quizás resida en la capacidad de los ciudadanos para cuestionar(se), reflexionar(se) y, en última instancia, aplicar un sentido crítico que parece que nunca ha existido.
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INFORMACIÓN DE LA AUTORA
YAIZA ALZOLA
Abogada autónoma y directora de NOMAD LEGAL. Activista por los derechos humanos en diferentes organizaciones del ámbito social.