En Álava, nos llaman “patateros” desde hace más de un siglo. Lo que para algunos comenzó como un apodo con cierto tono burlesco, hoy es parte de nuestra identidad. Pero detrás de ese nombre hay una historia que arranca muy lejos de aquí, cruzando el océano, y que nos conecta con uno de los mayores cambios agrícolas y sociales de la historia moderna: la llegada de la patata a Europa.
La patata: de los Andes a nuestros campos
La patata es un cultivo originario de América del Sur, donde pueblos indígenas como los quechuas y los aymaras la cultivaban desde hacía siglos. Tras la llegada de los europeos al continente americano en el siglo XVI, durante un proceso de ocupación colonial violento y desigual, muchas especies vegetales fueron traídas a Europa, entre ellas la patata.
Sin embargo, no fue adoptada de inmediato. Durante dos siglos, la patata fue vista con recelo en España. Se utilizaba más como planta ornamental o forraje para animales que como alimento. No fue hasta el siglo XVIII, con las crisis alimentarias y el aumento de la población, cuando su cultivo empezó a extenderse. Fue entonces cuando llegó con fuerza a Álava.
La tierra alavesa y el auge del cultivo
En nuestro territorio, la patata encontró las condiciones ideales para crecer: suelos fértiles, lluvias moderadas y una tradición agrícola consolidada. A lo largo del siglo XIX, su cultivo se convirtió en uno de los pilares de la economía rural alavesa. Desde la Llanada hasta Valdegovía, pasando por Campezo o Zuia, las familias cultivaban patatas tanto para consumo propio como para su venta en otras provincias vascas.
Fue precisamente en esos mercados —especialmente en Bizkaia y Gipuzkoa— donde nos empezaron a llamar “patateros”. El apodo hacía referencia directa al producto que llevábamos en nuestros carros, y aunque tenía cierto matiz burlón, con el tiempo lo hicimos nuestro.
Un apodo con raíces y orgullo
Hoy, lejos de ofendernos, muchos alaveses asumimos el apodo con humor y hasta con orgullo. En el imaginario colectivo, ser “patatero” es ser parte de un pueblo que supo sacar lo mejor de su tierra.
Las patatas alavesas siguen siendo apreciadas por su calidad. En pueblos como Barrundia, Kuartango o Treviño, el cultivo persiste y se defiende como parte del patrimonio agrícola y gastronómico de la provincia.
Más que un apodo
Llamarnos “patateros” es también reconocer que nuestra historia está ligada al campo, al esfuerzo y a una planta que llegó desde muy lejos, en un contexto de dominación colonial, pero que aquí echó raíces. En Álava no solo la adoptamos: la hicimos nuestra.
Y en esa transformación —de lo traído a lo cultivado, de lo ajeno a lo propio— está también la esencia de lo que somos. Patateros, sí. Pero con historia, con tierra, y con memoria.