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La juventud irresponsable al borde de la sociedad

En este país cada día se da un paso más en la vulneración de derechos fundamentales, y eso no sería posible sin todas las masas que aplauden y jalean esas violaciones porque son otros, y no ellos, los que las sufren. La democracia suponía ser justo lo contrario, luchar para que el de al lado, e incluso el de enfrente, tuviera los mismos derechos que tú. Pero de eso poco parece quedar ya, es todo un «sálvese quien pueda» y «que no toquen lo mío». Ya no se mira a otro lado cuando se ve a otra persona sufrir, ahora se le mira de frente, se aplaude, se jalea, y si te apuras, incluso se postea. 

La pandemia ha afectado de lleno a la parte de la población más mayor, y esto ha ocasionado una revalorización de los valores asociados a la vejez: la moderación, la tranquilidad, la serenidad… Y ya era hora, la verdad, de que tuviéramos más presente a nuestra población mayor, olvidada en residencias, y en muchas ocasiones, tratada por sus propios hijos con condescendencia y paternalismo, como si por tener noventa años y el rostro arrugado fueran incapacitados.  Empoderar y valorar más a los ancianos ha sido un presente que nos ha traído el COVID. 

Pero como no podía ser de otra mísera manera, en un país con una larga historia de revanchismo y frentismo, del «tu más y yo menos; del yo menos y tu más», en el que siempre se percibe al diferente como el polo contrario, no podría darse tan preciado avance si no es a costa de denigrar al grupo opuesto.  

Así que la pandemia está sirviendo, para que todos aquellos adultos, políticos y medios, descarguen las culpas en la población más joven, criminalizando cualquier connotación asociada con ellos: el ocio, la diversión, las ganas de descubrir, la locura de vivir… 

Ahora, que la mayor parte de la población mayor esta vacunada, y que por tanto, los únicos con posibilidad alta de contagio son los jóvenes, se aprovecha la realidad obvia de que representan la mayoría de  positivos, para atacarles.

Y pensarán muchos jóvenes «Menuda mierda de sociedad adulta es aquella que no sabe afrontar sus problemas sin cargarle toda su basura a otros, mayores o menores, ¿eso es lo que querían decir cuando hablan de hacerse responsables?».

El discurso de «todos los inmigrantes vienen a España a robar y a violar», y el de «todos los jóvenes van a mallorca a emborracharse y a ser irresponsables» es en esencia el mismo. Un discurso que parte de unos hechos puntuales para en forma de prejuicios, extrapolarlos y generalizarlos en un grupo concreto de la población que comparte una característica o circunstancia personal en común (en este caso la edad). Un discurso cuyo objetivo es criminalizar y menospreciar a ese grupo para asentar que no son merecedores de los mismos derechos que el resto por su «actitud colectiva». Discurso, que por supuesto, siempre lo emite quien se haya en una posición de privilegio (adultez) frente al eje de discriminación que sufre ese grupo vulnerado (juventud).

La misma ideología, basada en la discriminación por edad, que confina ilegalmente a estudiantes nada más llegar a Mallorca porque ahora haber terminado los estudios equivale a ser contacto directo. La misma que abre en la CAV sociedades y txokos gastronómicos, pero mantiene cerrados locales juveniles, pues entienden que así de principio y, de lleno, todos los jóvenes son irresponsables que no pueden respetar las medidas que nos competen a toda la sociedad. 

Por que no pasa nada por qué nadie va a luchar por sus derechos, denunciar o impugnar ante el Tribunal Superior de Justicia que corresponda. El sistema está organizado de tal manera que su ejercicio depende siempre de lo que los adultos quieran hacer con ellos, y a la juventud, solo le queda bajar la cabeza y asentir. 

Una generación, que aguanta con resiliencia y silencio, el golpe de una crisis tras otra. Y cuando se atreven a levantar la voz y a quejarse de su situación, pronto salen como plaga, manos que les señalan y les acusan de ser «débiles», «frágiles» y «lloricas». 

Y se lo dicen aquellos, aquellos que han vivido -y disfrutado- la mayor época de crecimiento y progreso que ha conocido el estado español, y que pese a haberlo recibido todo de sus padres y madres, que lucharon por los derechos que hoy tenemos, han sido incapaces de legar a la siguiente generación ya no un sistema mejor, sino ni siquiera los mismos derechos que los anteriores consiguieron. Aquellos que hoy en día comparten puestos de trabajo con jóvenes en condiciones ultraprecarias, y exigen entre tanto blindar su doble escala salarial y su protección laboral, mientras aceptan a cambio, toda perdida de derechos a los nuevos llegados. Aquellos, que arriendan a precio de salario la vivienda que sus ascendientes consiguieron, asfixiando a la juventud, y negándoles la simple posibilidad de hacer un proyecto de vida, para que su nivel de vida no se vea afectado.

No me extraña que los suicidios entre personas en niñez, adolescencia y juventud se hayan disparado. Son conocedoras de qué en este país no tienen ya ningún futuro, por mucho que se esfuercen, que estudien, aunque hayan obtenido una titulación superior o máster con su esfuerzo (real, no comprado ni regalado), no tendrán ninguna oportunidad decente laboral, si no es gracias al enchufe de sus poderosos padres en, por ejemplo, un programa de radio. Pero es que además desde la pandemia a la falta de futuro se le carga encima, también, la falta de presente. Jóvenes que, en uno de los momentos más cruciales de su vida, han sido privados de toda la libertad necesaria para desarrollar su crecimiento. Pero nadie habla de ello.

Y acuden jóvenes a mi puesto de trabajo, y relatan historias de espanto, de maltrato físico y psicológico familiar, de violencias y sufrimientos que nunca tienen hueco en la campaña electoral, en la propaganda en marquesinas de autobús, o en las tertulias de los medios. Y preguntan qué pueden hacer, qué salida tienen. Y se me parte el alma al tener que decirles que no existe ningún tipo de ayudas para elles. Que las decenas y cientos de ayudas y herramientas disponibles para la violencia de género no son para elles, que la RGI, el INMV, los subsidios de desempleo, y todo el «sistema de garantía social» con el que a Euskadi se le insufla el pecho… no son para elles. 

La verdad, reconozco, que cada día estoy más triste y rota por la deriva de esta sociedad, y escribo solo para desahogarme. Es imposible pretender construir un futuro dando la espalda a los que tendrán que serlo. Aun así, con resistencia y esfuerzo, cada mañana me levanto y sigo soñando con que llegará, ojalá, algún tiempo, en el que se deje de discriminar a la gente por su edad.  Un tiempo, en el que tanto los y las mayores, como los y las jóvenes y menores pasen de ser objetos de derecho para ser sujetos de derecho.

Titulares autónomos que puedan ejercer y exigir todos los derechos fundamentales inherentes a cualquier ser humano, cuya dignidad personal no esté supeditada o delegada al ejercicio que otros hagan de ellos. En fin, un tiempo en el si no es superada, al menos la sociedad sea consciente de la discriminación por edad que avalamos.


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