OPINIÓN | Ahí estamos mi hermana Ana Isabel y yo en Madrid el miércoles 7 de marzo de 1973, en el plató desde el que se emitía en directo por La 2 de TVE el programa «Estudio Abierto» de José María Íñigo, que falleció en 2018 a punto de cumplir 76 años. Tengo una prueba irrefutable de aquella hazaña: la revista Teleprograma (TP) publicó una crónica y una foto sobre nuestra actuación. Yo aún no tenía 12 años y estudiaba acordeón desde los 7 en la Escuela Española de Acordeón y Guitarra que fundó el GRAN MANUEL TORRES. Dos días por semana acudía durante dos horas a la calle Ventura de la Vega, cerca de la Plaza Santa Ana, donde aprendíamos a tocar maravillosas piezas como «La Cumparsita» o «Princesa del Acordeón». Otros dos días a la semana estudiaba solfeo en el Conservatorio de Madrid. ¿Qué aliciente podía tener un niño para pasar 8 horas a la semana dedicado a la música? Cada fin de curso, el maestro Manuel Torres nos llevaba de gira por España para dar conciertos. Así conocí Granada, Jaén, Cuenca, Zaragoza y otros destinos espléndidos. Además, en cada gala de fin de curso que se celebraba en un teatro, nos repartían a todos los chicos y chicas copas y trofeos para premiar nuestra dedicación a sacar del acordeón canciones que despertaban nuestras emociones y las del público.
Aquella época se caracterizaba por contar solamente con dos cadenas de televisión en España: la 1 y la 2. Desconozco la cantidad de audiencia que tuvo nuestra aparición en pantalla, aunque en los 25 años que llevo trabajando en TVE-Euskadi, nunca he conseguido tener más espectadores al otro lado de la cámara. Mi apellido, Cámara, ha sido un factor determinante en mi vida, primero como fotógrafo y luego como periodista de televisión. Durante 14 años, trabajé en RNE. ¿Quieres cantar conmigo? «Si supieras que aún dentro de mi alma conservo aquel cariño que tuve para ti…» Este tango marcó mi vida. Cuando tenía unos 10 años, aprendí a tocar «La Cumparsita» en el acordeón. Nunca olvidaré lo difícil que fue para mí y para mi profesora, quien tuvo que enseñármelo en una cabina pequeña. No podía pulsar los 60 bajos de mi acordeón Guerrini con mi mano izquierda y hasta entonces, me había ayudado con un espejo, pero hacer que la mano izquierda tocara los botones exactos a ciegas era una misión imposible para mí.

Finalmente, lo logré, y ese tango es una partitura que se ha quedado grabada en mi cerebro. Mis dedos nunca olvidarán cómo moverse para interpretar «La Cumparsita». Nada que ver con «La Princesa del Acordeón», un vals que también llegué a tocar, pero que necesita mucho ensayo para que me salga bien. Tiene una digitación complicada en la que los dedos tienen que volar sobre el teclado. A punto de cumplir los 12 años, mi familia se trasladó a Villasana de Mena (Burgos). A partir de ahí, el músico que había dentro de mí dejó de crecer. No encontré ninguna escuela donde matricularme. Fue por aquel entonces cuando mi padre, Manuel Cámara Orive, me pidió que participara en la apertura de las fiestas de San Antonio y Santa Filomena. Ya estaba acostumbrado a tocar el acordeón en público en Villasana, cuando alguien de mi familia me decía que tenía que salir al pequeño porche de nuestro chalet para que los Cámara, los Sáez, los Orive o los Gómez alardeasen de lo buen músico que era su chiquitín. Sin embargo, cuando abrí las fiestas de Villasana, sentado en un coche Biscuter que conducía Jesús el taxista, me pareció horrible ver cómo alrededor de mí los adultos se reían a carcajadas con botellas de alcohol en sus manos. Cuando volví a casa, bajé el acordeón al sótano y allí lo tuve castigado durante 4 años. A los 16 lo rescaté y empecé a interpretar de oído unas cuantas melodías que tenía en mi cerebro y en mi corazón.
En 2017, me citaron para lanzar el pregón de las Fiestas de Villasana. Finalmente, me convertí en alguien importante. Ahora podía morir tranquilo y contarles a mis padres y abuelos, quienes descansaban en el Paraíso de los Meneses, que se encuentra encima de la nube que se forma sobre la Peña. Yo soy Menés por los cuatro costados, ya que mis cuatro abuelos lo eran. Por el lado del que me dio mi primer apellido, mi abuelo Patricio Cámara Mendívil, quien emigró hace un siglo desde Santiago de Tudela a Cuba. Mi segundo apellido me lo dio mi único abuelo nacido en Villasana, Tomás Sáez Ortiz, conocido como Tomasín, un hombre fuerte y emprendedor, cuyas manos junto a las de su cuñado Francisco Gómez ayudaron a convertir Villasana en lo que es hoy en día. Mi tercer apellido proviene de otra Menesa, Josefa Orive Urruela, de Santamaría de Tudela, de quien heredé un genio cambiante.

Por último, mi cuarto apellido es el entrañable de Concha Gómez Ortiz, mi abuelita de Ordejón. Mis padres, el cubano Manuel Cámara e Inés Sáez, nacida en la calle de Enmedio, me enseñaron a amar el Valle de Mena, con sus santos, sus encantos y sus gentes. Después de leer aquel pregón, bajé del balcón del Ayuntamiento para subirme a un camioncito de tres ruedas que conducía el GRAN MINGUÍN, dueño de la Panificadora Menesa. Cuando se puso en marcha, volví a tocar «La Cumparsita», el tema de mi alma, de mi corazón y de mi vida. «… Quién sabe si supieras que nunca te he olvidado, volviendo a tu pasado te acordarás de mí».

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