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Vidas sin primavera

Solo hay que salir a la calle y observar los rostros de la gente para percibir que les está atravesando una borrasca.

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OPINIÓN


Hace un tiempo, creo recordar, la primavera ofrecía sus frutos y su color a más gente. Su llegada desbordaba de sonidos y placeres a casi toda la ciudadanía. Ahí estaba, al alcance de quien quisiera vivirla y saborearla. Finalmente, las nubes grises del gélido invierno emprendían su viaje hacia otros lares, dejándonos como regalo y recordatorio de una pronta vuelta, una luz primaveral sanadora. Un bálsamo curativo que buscamos llegada la estación, con el rostro alzado al astro rey, solicitándole energía y renovación, tal vez pensando en los futuros placeres del verano.

Lamentablemente, mucha gente en nuestra ciudad, tal vez tus familiares, amigos o ese completo desconocido con el que cruzas fugazmente una mirada en el tranvía, es consciente de que existe la primavera, pero en su interior, inmensos nubarrones negros ocupan el espacio que le debería corresponder al color.

Desde 2019, muchos nubarrones, muchas tormentas con vientos huracanados y pequeños tornados han azotado a miles de nuestros vecinos y vecinas en forma de pérdida drástica de calidad de vida, cuando no de pobreza. Sería perder el tiempo de quien tan gentilmente dedica su tiempo a leerme si desgranara las causas de tanto nubarrón. Solo hay que salir a la calle y observar los rostros de la gente para percibir que les está atravesando una borrasca. Esta es muy selectiva y va por barrios y por hogares, evitando las zonas ricas de la ciudad, donde aparentemente la primavera es eterna.

También se notan las bajas presiones en los supermercados, con cestas más vacías que cuando la primavera iluminaba generosamente, y en la ansiedad que se vive en tantas casas en el momento de recibir las puntuales facturas y tributos varios. Donde ya están disfrutando del verano de sus vidas es en la Diputación y en el ayuntamiento, el primero con superávit, gracias a nuestras aportaciones, y el segundo planificando qué hacer con un presupuesto de más de 400 millones de euros.

Sus habitantes plantan coloridas flores donde se posan hermosas mariposas porque los mundanos problemas de los que llevan el nubarrón encima no les afectan. Una caja mágica y una cúpula de cristal desde donde nos observan a lo lejos impiden que no les falte nada material y les aísla de las quejas, los lamentos y las depresiones ajenas.

Les encanta la fotografía y sonreír mientras proyectan allá en lo alto laberintos de colores u observan, henchidos de orgullo, cómo se desbordan los billetes forales. Exactamente, los mismos que podrían devolver la primavera a esas personas que caminan cabizbajas o pensativas, intentando descifrar el enigma. “Hace 10 años me llegaba más luz, yo tenía primavera”, se escucha en el aire. Otro pensamiento surca el espacio: “Mis plantas antes eran de un verde vivo, ya nada queda más que hojas secas y tierra sin nutrientes”.

Y allá a lo lejos, donde la caja mágica y tras la cúpula de grueso cristal, donde siempre hay luz y color, rebotan estos pensamientos junto con otros miles. Muchos desean que un día esa cúpula se abra para que los moradores de su interior vean la realidad que se proyecta, a veces en color y otras muchas en un triste gris. Solo la caída de la cúpula les hará ver que, cuando ellos están en primavera, miles sufren un frío y duro invierno… Casi eterno.

GasteizBerri no se hace responsable de las opiniones de sus colaboradores.


INFORMACIÓN DEL AUTOR

DAMIÁN SANTIAGO

Locutor y comunicador



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