OPINIÓN
Según los últimos datos de la Secretaría de Estado de Trabajo, en torno a unas 61.000 personas trabajadoras de Euskadi, un 7.6% de los asalariados y asalariadas perciben el salario mínimo interprofesional actualmente fijado en 1.134 € distribuido en 14 pagas.
En marzo de 2023, todos los grupos políticos del parlamento vasco, salvo PP y VOX, acordaban un documento que instaba a sindicatos y patronal a sentarse a dialogar y trabajar en un salario mínimo vasco acorde a la realidad social y económica de Euskadi.
También se solicitaba que el Gobierno de Lakua trabajase de forma activa y ejerciese el rol de actor principal en pro de la consecución de este objetivo.
La iniciativa, presentada por EH Bildu y respaldada por la mayoría de la cámara, nos dejó bonitas palabras, mejores intenciones y, por el momento, cero acuerdos y resultados.
De hecho, los sindicatos ELA y LAB criticaban que este acuerdo resultaba más un acto propagandístico, en tanto que no suponía ninguna obligación legal, señalando como principal obstáculo a Confebask, a la que solicitaban firmar un acuerdo que fijase un salario mínimo propio de unos 1400 € mensuales.
Y aquí estamos, un año después, con unas elecciones a la vuelta de la esquina y con la dura realidad, que siempre se impone, y que nos habla de miles de familias vascas con serios problemas para llegar a fin de mes, llenar la cesta de la compra con productos básicos que garanticen una alimentación equilibrada, o con serias dificultades para afrontar los gastos de un alquiler o incluso de los suministros básicos.
Según los últimos datos de la Secretaría de Estado de Trabajo, en torno a unas 61.000 personas trabajadoras de Euskadi, un 7.6 % de los asalariados y asalariadas perciben el salario mínimo interprofesional actualmente fijado en 1.134 € distribuidos en 14 pagas. Si bien es cierto que con el paso del tiempo se han logrado tímidas subidas, el coste de la vida se come con creces cualquier incremento salarial.
Teniendo en cuenta ya no solo la realidad socioeconómica vasca, sino todas las dificultades a las que nos hemos tenido que enfrentar, especialmente desde 2019 y que no voy a desgranar porque son de sobra conocidas, las personas trabajadoras que cobran el SMI podrían ser pobres.
Ejercen su actividad en sectores que fueron esenciales durante la pandemia y que nos dieron de comer, mantuvieron la asepsia y la limpieza en un clima de psicosis general o refugio y conversación al calor de un café en los peores momentos .
Profesiones que tienen un valor extraordinario, que son necesarias y suponen la base de la pirámide sobre la que se sustenta el día a día y que sin duda merecen recibir un mejor trato y remuneración.
Con las instituciones más cercanas cruzadas de brazos, más atentas en beneficiar a los más poderosos, enfrascados en sus proyectos personalistas, ajenos a una realidad que divide y amplía las diferencias entre los que más tienen y los que se van quedando por el camino, solo queda confiar en que alguien sepa leer e interpretar correctamente los duros tiempos que les toca vivir a los de siempre y actuar de una vez por todas.
A punto de celebrarse los comicios vascos, esperemos que este asunto se encuentre en la agenda de los grupos políticos que aprobaron iniciar un diálogo para la consecución de un salario mínimo.
Debe trabajarse de forma activa y decidida en dignificar la vida de tantísimas personas que cargan la pesada losa de unos precios que siguen disparados, especialmente en lo que a alimentación o alquileres se refiere.
Porque trabajar no debería ser para nadie un mero acto de subsistencia, ni una eterna cuesta arriba de llena de preocupaciones y facturas pendientes de pago.
La vida no puede ni debe ser eso.
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INFORMACIÓN DEL AUTORDAMIÁN SANTIAGO
Locutor y comunicador
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