¡Hola! Esta semana, en Historias de Vitoria en formato breve, viajamos dos siglos atrás, aproximadamente hasta el año 1780.
Por aquel entonces, un extranjero anónimo que pasó por Vitoria quedó profundamente impresionado por las danzas que nuestros antepasados acostumbraban a bailar en la ciudad.
En concreto, dejó por escrito una escena que, al parecer, presenció un día de fiesta en el lugar que hoy conocemos como el Parque de El Prado.
Algunos aspectos de aquellos bailes aún nos resultan familiares, pero otros quizá no tanto. Veamos cómo nos los describe en sus propias palabras:
«He sido testigo de las danzas en Vitoria. Allí, bajo los árboles, el alcalde mayor da el tono, y dos tambores comienzan a tocar la llamada. Mozos y mozas se reúnen: las muchachas forman una cadeneta con pañuelos que sostienen en las manos, mientras que los hombres hacen lo mismo por separado.
Dos cadenetas danzantes que van trazando diversas figuras alrededor de los árboles y sobre el musgo.
Después de un cuarto de hora de saltos y vueltas, siempre al son del tamboril, los muchachos que han tenido tiempo de elegir a su dama envían a dos amigos, quienes, sin dejar de danzar, salen de la fila y van a buscar a la elegida. La traen e integran junto al pretendiente en la cadeneta de hombres.
De este modo, poco a poco, las dos danzas originales se fusionan en una sola.
El baile continúa por un tiempo, hasta que, a una señal del tambor, los bailarines se separan y pronto toda la pradera se llena de movimiento al ritmo del fandango.»
A nuestro extranjero todo esto le parecía muy pintoresco e inocente. Sin embargo, no todos lo veían así. Para los curas y demás representantes de la Iglesia de la época, estas danzas no eran más que una «escuela de vicios», un «embrujo del infierno», la «perdición de las mujeres» y una amenaza para la castidad.
De hecho, los tamborileros no solo se encargaban de la música, sino que también tenían la misión de vigilar que no sucediera nada indecoroso. Es más, los pañuelos que los bailarines sostenían por los extremos no eran un mero adorno o una costumbre estética, sino un método para evitar que se tocaran directamente las manos.
Algunos consideraban estas danzas públicas en Vitoria algo indecoroso.
¿Curioso, verdad?
Pues nada, esta es la historia y así os la he contado.
¡Hala, nos vemos!
INFORMACIÓN DEL AUTOR
ISMAEL GARCÍA
Doctor en historia. Colaborador de GasteizBerri desde 2021 en temas relacionados con la historia. También le puedes seguir en www.historiadevitoria.com