En Andagoya Taberna no hay nostalgia impostada. Hay vida. Mesas con historia, botellas bien alineadas, tazas de cortado a medio terminar y, en días como este jueves, vasos de cerveza. Pope y Pili no necesitan explicar mucho. Cualquiera que haya cruzado su puerta lo sabe. Este bar ha sido casa para mucha gente. Ahora, después de más de cuarenta años, se despiden.
“Nos vamos con la sensación de haber sido muy queridas”, resume Pili, con esa mezcla de serenidad y orgullo que solo da haber hecho bien el trabajo durante toda una vida. Pope lo confirma desde el otro lado de la barra. “Queremos cerrar como hemos vivido, con la gente. Sin ruido, pero con memoria”.
Y así será. Este viernes 13 de junio, a las siete y media de la tarde, han organizado una fiesta de despedida en el propio bar. Será la última vez que se levante la persiana con ellas dentro. La última ronda. La última charla sin prisa.

“Éramos dos chavalicas”
Corría el año 1980 cuando decidieron ponerse al frente de esta taberna de barrio. “Teníamos 23 y 24 años cuando lo cogimos”, recuerda Pope. “Éramos dos chavalicas, pero con ganas”. La iniciativa nunca les ha faltado. “Yo he trabajado en un sitio que me ha gustado mucho. Hemos hecho un bar a nuestra forma. Me he sentido muy querida por la gente”, cuenta Pili.
El bar se convirtió pronto en su forma de estar en el mundo. “Nunca me ha pesado venir a trabajar”, explica Pope. “Yo vengo bien, vengo pronto, hablo con la gente. Siempre he sido muy práctica. Me gusta la vida, y me ha gustado estar aquí”.
Cerveza, vida y conversación
La Andagoya nunca fue un bar de copas. “Aquí siempre ha sido cerveza, caña, zurito. Nunca ha sido de copas, pero sí de mucho ambiente, de mucha gente, de mucho meneo”, describe Pili. Pope lo resume con pocas palabras. “Ha sido un bar con alma”.
Durante más de cuatro décadas han visto pasar generaciones enteras. “Hemos visto al abuelo, luego al padre, después al hijo. Tres generaciones en la misma barra”, dice Pope. “Y con todos hemos hablado. Aquí nadie era un cliente más”.
Cada uno sabe cuál es su llave
La confianza ha sido una de las señas de identidad del bar. “Aquí tenemos llaves de clientas y vecinos que nos las dejaban por si acaso. Cada uno sabe cuál es la suya”, cuenta Pope. El bar era, literalmente, una extensión de casa para muchas personas.
Ese vínculo ha traspasado el local. “El otro día mi hija, que trabaja en una residencia, vino diciendo que la habían reconocido. ‘Tú eres la hija de la Pope’. Y eso pasa en el hospital, en la calle, en todas partes”, relata con una sonrisa.
La huelga de los txikiteros
Hay una historia que siempre vuelve, la famosa huelga de los txikiteros. “Fue en el 88 o el 89. Subió mucho el precio del vino. Hicimos una asamblea con los bares del barrio y decidimos subirlo todos a la vez”, recuerda Pope.
La realidad fue otra. “A los diez minutos, todos lo habían bajado menos nosotras. Y nosotras, llorando al fondo del bar, con sesenta mil pesetas de préstamo, otras sesenta mil de renta… mientras las cuadrillas pasaban con el vaso en alto, chuleando”, añade Pili. “Pero resistimos. No bajamos el precio”.
Reinventarse muchas veces
Más allá del servicio, Andagoya ha sido un espacio cultural, social y comunitario. “Nos hemos reinventado muchas veces”, dice Pili. “Hemos hecho teatro, conciertos, presentaciones de libros, ganchillo, baile, clases de cocina, cursos de plantas, hasta un programa de radio”.
Nada de eso fue marketing. Fue impulso. “Nunca lo hemos hecho por imagen. Lo hacíamos porque nos gustaba. Porque tenía sentido. Porque lo sentíamos”, añade Pope.
Cambios en el ocio y en la ciudad
Pero el tiempo ha pasado y el entorno ha cambiado. “El ocio cambió hace muchos años”, reflexiona Pope. “Antes la gente salía al bar a hablar, a encontrarse. Ahora ya no hace falta. Hay gimnasios, pantallas, redes. Todo es diferente”.
También la rutina diaria ha cambiado. “Antes cerrábamos a la una y media. Ahora, a las diez, ya no queda nadie”, cuenta. “El otro día, un lunes, trabajé bien por la tarde. Pero a las nueve y media empezó a llover y me quedé sola. Estuvimos hasta las diez cuarenta, cuando entró una chica que venía de trabajar y se tomó un cortado”.
Un barrio que resiste
A pesar de todo, defienden su barrio. “Este está más vivo que otros. Hay mucha gente emigrada, y eso se nota. Se ve gente en la calle”, dice Pili. Pero también denuncian lo que no ha cambiado. “Esta calle nunca ha sido buena. Muy fea. No ha habido inversión. Las farolas están en el segundo piso”, explica Pope. “Y en cuarenta años no han metido ni una máquina aquí”.
¿Y ahora qué?
Pope ya se ha preinscrito en la Universidad de la Experiencia. “Y si no me cogen, me voy a la UNED. Quiero estudiar Criminología. Pero solo por gusto. Nada de exámenes, ni trabajos. Solo ir, escuchar, aprender”.
Pili también tiene sus planes. “Ir al monte, hacer yoga, quedar con mis colegas, viajar. Vivir como me apetezca. Siempre he tenido iniciativa. Siempre he estado inventando cosas. Y ahora quiero seguir haciendo lo que me dé la gana”.
“Nos vamos de pie”
El cierre no será triste. Será una celebración. Una forma de agradecer, de soltar, de cerrar un ciclo. “Este viernes a las siete de la tarde abrimos por última vez. Y que venga quien quiera”, dice Pope. “Esto se cierra como se ha vivido, con la gente”.
Pili lo tiene claro. “Yo me he sentido muy querida. No todo me ha gustado, claro. Pero si hago balance, ha merecido la pena. Muchísimo”.
“Nos vamos de pie”, concluye Pope. “Y con la sensación de haber sido muy queridas. Eso ya no nos lo quita nadie”.