Como si de una inocentada se tratara, el miércoles 28 a las 15:15 h, Adela, vamos a llamarla así para proteger su intimidad, propietaria de una panadería ubicada en el barrio de Lakua-Arriaga, sufrió uno de los mayores sustos de su vida. Quince minutos antes del cierre se despidió de su compañera, quedándose ella sola en la parte del obrador. Segundos más tarde escuchó el sonido que emite el sensor de movimiento cuando alguien atraviesa la puerta.
Fue entonces cuando observó por el rabillo del ojo que una sombra atravesaba el interior del mostrador. Pensando que se trataba de su compañera, se acercó para preguntarle qué es lo que se le había olvidado. No obstante, no pudo reprimir un grito de terror al descubrir que un sujeto —alto, delgado, encapuchado, con el rostro cubierto por una mascarilla— la amenazaba colocándole una navaja a la altura de su garganta mientras le insistia que abriera la caja.
Adela, presa del pánico, obedeció. Sin embargo, en uno de esos instantes en los que el tiempo se detiene, pensó en el esfuerzo que le había costado ganar aquel dinero: levantarse todos los días a las 5:45 h de la mañana; en las dos hernias discales producidas por introducir los carros cargados de pan en el horno; en las interminables horas en pie atendiendo al público; en los múltiples problemas con los proveedores y la maquinaria; en los pagos del IVA; en la brutal subida de la luz; en un IRPF que se queda con la mitad de su esfuerzo; en los 15 años que lleva trabajando en este país sin haber recibido ninguna ayuda porque ella también es inmigrante; y, sobre todo, en la última frase que escribió su pequeña de 6 años en la carta del Olentzero: «Que mi mamá no trabaje tanto para poder estar con ella».
Además, según ha explicado Adela a GasteizBerri.com, fue entonces «cuando la furia se apoderó de ella», sintió rabia e impotencia «por tener que entregarle el dinero que tanto le ha costado ganar». Fue entonces cuando «agarró» los billetes con fuerza negándose a soltarlos. Acto seguido se produce un forcejeo: el ladrón comenzó a gritarle mientras le produjo varios cortes con la navaja en los dedos con los que sujetaba los billetes.
Finalmente, el presunto delincuente se hizo con la recaudación y echó a correr. En la huida tropezó dos veces provocando ligeros daños en el establecimiento. Al salir, el caco se montó en una bicicleta de montaña y huyó con el dinero que tanto esfuerzo le ha costado ganar a Adela.
La valiente panadera nos cuenta que la policía municipal tardó dos minutos en llegar al lugar del suceso. Los agentes, al verla hiperventilando y presa de un ataque de nervios, decidieron llamar a la ambulancia. Cuando por fin se tranquilizó le tomaron declaración y comenzaron con el procedimiento policial. Adela está muy agradecida a los policías que la socorrieron y a todos los demás, ya que después tuvo que ir a presentar denuncia en la comisaría. Nos cuenta que el trato con todos ellos ha sido muy humano y empático. Y que, además, en los días posteriores al incidente se han acercado a la panadería para preocuparse por su estado y para informarla de que están trabajando para atrapar al presunto delincuente.
Según fuentes policiales parece ser que hay un «grupito» de jóvenes que se dedican a realizar estos atracos por toda la ciudad. Que sepamos ya han robado, aparte de en la panadería de Adela, en el supermercado de Arriaga y en un estanco de la calle Donosti. «Confiamos en que la policía los detenga pronto y los ponga a disposición judicial, nos consta que están implicados y realizando grandes esfuerzos para conseguirlo» ha señalado Adela a Gasteizberri.