El aprendiz rebelde que casi incendia Vitoria

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¡Hola! Esta semana, en Historias de Vitoria en formato breve, viajamos a la Vitoria del año 1750, poco más o menos.

Por aquel entonces, en la calle Correría había un obrador de confitería del que tenemos noticia gracias a un pleito judicial que emprendió su propietario, el maestro confitero Jose de Zavala, debido a los múltiples problemas que le causó Andrés de Arandía, uno de sus aprendices.

El bueno de Andrés tenía un talento especial para meterse en líos.

No sabemos si como confitero era hábil o no, pero sí que tenía dos grandes pasiones: el vino y las tabernas.

Y claro, estas aficiones no eran muy compatibles con la rígida disciplina que cabía esperar de un aprendiz en el obrador del maestro.

Fíjate cómo sería la cosa, que Andrés no solo se escapaba a beber, sino que volvía tan cargado de vino que, en más de una ocasión, llegó incluso a vomitar dentro de la tienda.

No sé si en aquel momento habría algún cliente comprando dulces, pero imagina al aprendiz dejando su regalito en el suelo.

Suerte que la sobrina del maestro, que también era la encargada de las llaves, le tenía simpatía e intentaba cubrirlo como podía, limpiando el estropicio y poniendo como excusa que, supuestamente, Andrés estaba enfermo.

Pero la cosa no quedaba ahí.

Llegada la noche, Andrés solía tener una misión: iluminar con un farol el recorrido que hacía el maestro cuando este quería ir a pasar un rato a la casa de conversación de Pedro Regalado.

Una casa de conversación era una especie de taberna donde se podía ir a hablar, a jugar o a tomar algo con los amigos.

Un lugar, por lo tanto, donde solían reunirse los maestros, que dejaban fuera —esperando su salida— a todos los aprendices que les habían traído allí, cada uno con su respectivo farolillo.

Como puedes imaginar, aquellos chicos, de algún modo, procuraban matar el tiempo, de modo que se apretaban en el zaguán y compartían también ellos unos vinos.

Andrés, a menudo, bebía de más, por lo que durante el camino de vuelta no paraba de dar tumbos, hasta incluso llegar a romper el farol, que golpeaba en puertas y esquinas.

En una ocasión se pasó de largo y llegó desorientado hasta la plaza del mercado, donde hoy está la plaza de la Virgen Blanca.

El maestro, en tales circunstancias, lo regañaba, pero Andrés, lejos de amedrentarse, se enfrentaba a él con chulería.

Una vez, cuando el maestro le ordenó que se quedase en la puerta de la tienda para vigilar mientras él cenaba, Andrés le dijo que no le daba la gana.

Aquella fue la gota que colmó el vaso, de modo que el maestro, viendo que la situación era insostenible, decidió echarlo del taller.

Al poco tiempo, sin embargo, Andrés logró ser readmitido gracias a los ruegos de su padre y a los del yerno del maestro, que intercedieron por él.

Andrés tuvo, eso sí, que firmar un documento comprometiéndose a ser obediente y a no beber vino.

No lo cumplió, porque si la bebida ya era un problema, su actitud con las mujeres tampoco era mejor.

Andrés solía propasarse con Antonia de Losa, la criada que trabajaba en casa del confitero.

Y no era la única que tenía que sufrir aquellos tratos.

Mariángeles Ochoa de Murua, que estaba empleada como sirvienta en otra de las casas de conversación que frecuentaba su maestro, tuvo que aguantar también otro episodio de acoso, que en este caso pudo acabar en incendio, pues a la muchacha se le cayó al suelo —que era de madera— el candil que llevaba encendido.

En fin, que al final ni el taller, ni las criadas, ni su propio maestro pudieron con él.

Andrés de Arandía pasó a la historia como un aprendiz díscolo, amante del vino, de la gresca y de hacerle la vida imposible a quienes intentaban meterlo en cintura.

¿Curioso, no?

¿Tú serías comprensivo con Andrés?

Pues nada, esta es la historia y así os la he contado.


INFORMACIÓN DEL AUTOR

ISMAEL GARCÍA

Doctor en historia. Colaborador de GasteizBerri desde 2021 en temas relacionados con la historia. También le puedes seguir en www.historiadevitoria.com

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1 COMENTARIO

  1. Buenas, el uso de IA para generar la imagen es un atentado contra los derechos de autor además de un consumo ingente de recursos naturales. Un ilustrador haría además un trabajo mucho mejor.

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