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    Un refugio contra el acoso escolar: La Fundación Ehunbide cumple un año transformando vidas en Vitoria

    La psicóloga Zulaima García y su equipo han creado un espacio único y gratuito donde niños y familias encuentran apoyo profesional más allá de los protocolos escolares

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    Zulaima García, una de las fundadoras de Ehunbide | Imagen: Alex García

    Todos lo hemos visto, muchos lo hemos sufrido, algunos todavía cargan con sus cicatrices. El acoso escolar —ese aislamiento en el patio, esos insultos susurrados, ese grupo de WhatsApp del que te excluyen, esa soledad devastadora en medio de decenas de compañeros— marca vidas enteras. En los casos más graves, empuja a niños y adolescentes a situaciones límite que requieren intervención profesional urgente.

    Historias como estas se repiten cada día en todo el mundo, pero desde hace un año existe un lugar en Vitoria-Gasteiz donde estas súplicas encuentran respuesta. Un espacio donde las familias perdidas hallan un camino, donde los recursos insuficientes de los centros educativos se complementan con terapia real. Se llama Ehunbide Fundazioa, y en solo doce meses ha demostrado que era exactamente lo que nuestros jóvenes necesitaban.

    Ehunbide es una fundación sin ánimo de lucro que nace para dar respuesta a las necesidades sociales, educativas y psicológicas de menores, familiares y agentes socializadores en situaciones de acoso escolar.

    «Veíamos que hasta ahora, si un niño o niña estaba sufriendo acoso escolar, lo único que se activaba era el protocolo, en el mejor de los casos, pero no se acompañaba de manera social a esa familia», explica Zulaima García, psicóloga y fundadora de la asociación.

    Los protocolos escolares, aunque necesarios, no son suficientes.

    «La iniciativa surgió de un impulso fundamentalmente personal», explican desde el patronato de la fundación. «Por desgracia, es una realidad que nos afecta a todos; conocemos casos cercanos, ya sea en familiares, amigos o en nosotras mismas, que han vivido una situación así». Ante este vacío detectado en el sistema de atención al acoso escolar, Joana, Samuel y Zulaima decidieron pasar a la acción.

    Ehunbide significa en euskera «cien caminos». Tambien tiene otro significado: bideak ehuntzen, unir caminos, que es para la fundación una de sus misiones «valorar y proporcionar apoyo»

    Su objetivo era claro: cubrir las carencias que observaban en el tratamiento de estos casos. «Veíamos que hasta ahora, si un niño o niña estaba sufriendo acoso escolar o estaba ejerciendo el acoso escolar, lo único que se activaba era el protocolo en la mejor de los casos, pero no se acompañaba de manera social a esa familia», señalan.

    La falta de recursos accesibles para el apoyo psicológico fue determinante en su decisión: «Si no se pagaban o se costeaban de una manera privada, un psicólogo o psicóloga no podían llevar a cabo un proceso terapéutico para sanar un poco esa herida que deja el acoso escolar». Fue entonces cuando tomaron la determinación: «Tenemos que crear algo que pueda acompañar a estos txikis».

    Ehunbide, Gratuidad como principio fundamental

    En un contexto donde la salud mental infantil se ha convertido en un lujo para muchas familias, Ehunbide ha establecido un principio irrenunciable: todos sus servicios son completamente gratuitos. «Ninguna familia que viene aquí paga. Si no, se quedarían fuera las mismas familias de siempre, y la atención que queremos dar es universal», afirma García con determinación.

    Esta gratuidad es posible gracias al apoyo de la Fundación Vital, su principal financiador, complementado con subvenciones del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz y colaboraciones puntuales con la Diputación Foral de Álava. También mucho esfuerzo de sus trabajadores y donaciones privadas.

    El aislamiento social: la forma más habitual del acoso

    Los datos que maneja Ehunbide tras su primer año son reveladores. Contra lo que podría pensarse, el ciberbullying no es la forma predominante de acoso que reciben en su consulta. «El aislamiento social es, por excelencia, el tipo de acoso que más se está cometiendo», revela García. Esta forma silenciosa de violencia, una forma de soledad no deseada de la que no suele hablarse, resulta especialmente devastadora para niños y adolescentes.

    Le siguen las agresiones verbales e insultos, mientras que las agresiones físicas se dan en menor proporción y principalmente entre niños varones. «En niñas prácticamente no vemos agresiones físicas», matiza la psicóloga. También han atendido casos de agresiones sexuales.

    Un dato significativo: no existe un perfil concreto ni de víctimas ni de agresores. «No hay brecha económica, no hay un patrón social. El acoso escolar es transversal», confirma García, desmontando prejuicios arraigados.

    Un proceso de acogida pensado para sanar

    La metodología de Ehunbide rompe con los esquemas tradicionales de intervención. Han creado espacios donde la terapia se mezcla con el juego, donde una PlayStation donada convive con juegos de mesa, y donde los niños pueden simplemente ser niños mientras trabajan sus traumas.

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    Una de las zonas de juego de Ehunbide | Imagen: Alex García

    Cuando un niño o adolescente llega a Ehunbide, el equipo tiene muy claro que lo primero no es entrar directamente en terapia. «Hay niños que vienen obligados por su situación personal», reconoce García, «pero lo bueno de que sea gratuito 100% es que te da margen para estirar esa primera parte de alianza terapéutica».

    El espacio está diseñado para que los menores se sientan cómodos. Una PlayStation donada convive con juegos de mesa, lo que crea un ambiente donde la terapia no parece terapia. «De primeras ellos no se quieren abrir, y [eso] está bien. Empezamos jugando, creando ese vínculo», explica la psicóloga. Este enfoque permite que incluso los casos más bloqueados emocionalmente puedan ir abriéndose poco a poco. «Hay niños y niñas que hasta llevar aquí meses no han empezado a afrontar lo que les pasaba» asegura Zulaima.

    Los niños pueden acudir varios días a la semana según sus necesidades: dos días para sesiones grupales y otro para terapia individual. «Hay niños que igual vienen tres días, hay niños que vienen dos y niños que vienen uno», detalla García. Esta flexibilidad permite adaptar el tratamiento a cada caso particular, desde aquellos que necesitan un apoyo más intenso hasta los que van progresando con sesiones más espaciadas en el tiempo.

    El proceso es largo pero transformador. Primero se trabaja en estabilizar la situación emocional del menor —establecer rutinas, crear un espacio seguro, recuperar algo de normalidad— y solo cuando están preparados se entra propiamente en el trabajo terapéutico más profundo.

    La diferencia como construcción social: cuando ser «distinto» depende del contexto

    La discriminación es un factor clave en la génesis del acoso escolar, pero su manifestación es más compleja de lo que podría parecer a simple vista. «Discriminar no va a favorecer nunca, nunca, al final aquí de lo que hablamos es de comunidad», enfatizan desde la fundación. Cuando los discursos discriminatorios existen en el entorno adulto, su impacto es inevitable: «Cuando la comunidad ya de por sí tenga discursos que discriminan, evidentemente permean, al final van a llegar a los niños y las niñas».

    Si bien la evidencia científica señala que ciertos colectivos están más expuestos al riesgo de sufrir acoso por ser percibidos como diferentes [La evidencia científica indica que los jóvenes de minorías sexuales reportan una victimización por ciberacoso del 33.1%, comparado con el 14.5% de sus pares heterosexuales y que el 42% de los adultos transgénero en EE.UU. han intentado suicidarse en algún momento de su vida, una tasa cuatro veces mayor que en la población cisgénero (cisgénero= que su identidad sexual concuerda con su identidad física).], pero la realidad es mucho más matizada.

    Zulaima García, una de las fundadoras de Ehunbide | Imagen: Alex García

    «Lo que hemos visto aquí es que el ser diferente cambia en función de en qué grupo estés», explican. Esta relatividad del concepto de diferencia queda ilustrada con un ejemplo revelador: «Que seas genial en fútbol igual en una clase puede ser algo súper bueno porque te tienen como alguien que es un ejemplo al que seguir [···] [pero] en otra clase, por ejemplo, en la que el fútbol no les guste y les encante el baloncesto [puede que] te tengan como ‘el que no participa en el patio'».

    «Si tienes gafas porque tienes gafas, si no las tienes es porque no las tienes» – cualquier diferencia puede ser explotada por el bullying.

    Lo que este ejemplo pone de manifiesto es una realidad inquietante: cualquier característica puede convertirse en motivo de exclusión. «Van a encontrar una diferencia en ti sí o sí», advierten. Y aunque reconocen que «evidentemente, si encima la diferencia es más evidente, claro, el riesgo» aumenta, el mensaje de fondo es que el problema no reside en las diferencias individuales, sino en cómo el grupo las percibe y gestiona.

    Cuando la vida pende de un hilo

    Recientemente, en Sevilla una adolescente de 14 años llamada Sandra Peña se suicidó tras sufrir presunto acoso escolar en el colegio concertado Irlandesas Loreto, donde su madre había denunciado previamente el bullying sin que el centro activara el protocolo correspondiente. La Junta de Andalucía remitió el caso a la Fiscalía para su investigación, abrió un expediente al colegio y la Policía ha tomado declaraciones a profesores y alumnos. El suceso ha generado concentraciones masivas de repulsa al acoso, pintadas en el centro educativo exigiendo justicia y un debate sobre la prevención de suicidios adolescentes.

    Entre los casos más impactantes que han llegado a Ehunbide, García recuerda especialmente a adolescentes en situaciones también límite, jóvenes que llegaron expresando pensamientos que alertaban de un riesgo inminente para su bienestar. Son casos que requieren intervención inmediata y un trabajo intensivo.

    «Hay chavales que llegan en situaciones muy graves, bloqueadísimos emocionalmente», relata García con la voz cargada de emoción.

    El trabajo entonces se centra en lo urgente: establecer rutinas, crear redes de seguridad, lograr que salgan de casa, acompañarlos constantemente hasta conseguir estabilizar su situación emocional. Solo entonces, cuando el peligro inmediato ha pasado, «ya sí que son capaces de entrar en terapia y poder avanzar», explica la psicóloga.

    Estos casos no son aislados. La gravedad de algunas situaciones llevó a la asociación a contratar hace seis meses a otra psicóloga especialista sanitaria con formación específica en trauma. «Veíamos que había bastantes casos graves y que evidentemente solo dos no llegábamos», reconoce García.

    Lo más conmovedor es cuando, meses después, estos mismos jóvenes reconocen el camino recorrido. «Me dicen que hemos sido las personas más importantes de su vida, pero yo les digo que el mérito es suyo», nos cuenta Zulaima, mientras recuerda encuentros casuales en fiestas de Vitoria donde antiguos pacientes se acercan para saludar y expresar su deseo de continuar con el proceso terapéutico.

    "El suicidio es algo multifactorial. Cuando una persona acaba suicidándose es porque hay varios ámbitos de su vida en los que está viviendo situaciones de dificultad. Ha habido casos de acoso escolar que han terminado en suicidio y sería muy negligente por mi parte negarlo, pero es cierto que no se puede reducir solo a ese aspecto porque nos faltan estudios que nos lleven a tal conclusión. Al final, hay muchos factores que te pueden conducir a esa decisión: el no estar apoyado por tu familia, el que no lo hayas podido comunicar y hayas estado tú solo, el que aparte de en clase, a otros niveles sociales, con otros niños y niñas, con otros grupos te esté pasando lo mismo, que desde el colegio no se haya movilizado nada, incluso a nivel individual, factores genéticos. Hay muchísimas situaciones que te pueden empujar hacia esa dirección y es la suma de todas ellas la que te puede llevar a equivocarse." Zulaima García, Ehunbide Fundazioa

    El valor de los testigos

    Ehunbide destaca un aspecto crucial: el papel de los testigos en el acoso escolar. Especialmente en el ciberbullying (el acoso a través de medios digitales), donde las víctimas generalmente no son ni conscientes de lo que se dice sobre ellas. Puede pasar en grupos de WhatsApp, en stories de Instagram que les ocultan, en mil sitios. «Tiene que ser un compañero suyo el que mande pantallazos y le diga ‘mira lo que está pasando'», explica García.

    De hecho, algunos de sus pacientes les ayudan a desencriptar nuevos códigos lingüísticos de acoso. Determinados emojis con significados que los que millenials o boomers no han aprendido todavía.

    Por eso, parte del trabajo de la asociación se centra también en la prevención y en formar a la comunidad educativa. Han realizado charlas en colegios el de Armentia, Armentia Ikastola, llegando a 600 alumnos, y formaciones para profesorado y familias sobre detección temprana y actuación ante el acoso.

    Un modelo que debería replicarse

    El éxito de Ehunbide en su primer año plantea una pregunta inevitable: ¿pueden surgir más iniciativas similares? García es cautelosa pero esperanzadora: «Es algo muy vocacional. La gente que se lance, que lo haga desde una perspectiva súper profesional, porque son niños y niñas en situaciones de vulnerabilidad muy importante».

    El balance del primer año es «súper positivo», según sus propias palabras. No solo por las familias apoyadas, sino por el reconocimiento institucional recibido. «Ser una entidad social tan joven y tener este apoyo no es habitual. Es porque era necesario, había un hueco y había que cubrirlo».

    Y más allá del «pueden»: ¿»debería» haber más centros como este?. ¿Hacen bien las cosas en los colegios para evitar este sufrimiento? Zulaima se muestra cautelosa al hablar de la profesión docente:

    «El problema es que ahora mismo tienen tantas cosas a las que tienen que atender que intentan atender a todas y evidentemente cuando intentas atender a todas hay cosas que igual a veces, a veces, pues no se gestionan del todo bien, hay veces que sí», explican, enfatizando que no se trata de culpar a los colegios, sino de reconocer que «evidentemente no tienen los apoyos suficientes como para poder hace las cosas súper bien». Además, señalan la necesidad de más recursos y su implementación efectiva, ya que «tú para poder gestionar un conflicto tienes que ser consciente, porque luego el abuso escolar es muy sibilino», y protocolos como la fase de observación requieren cumplimiento de requisitos complejos. En resumen, responden a la pregunta de si los centros lo hacen mal con un rotundo «De primeras te diría que no, Te diría que hay mucha falta de recursos para poder gestionar eso de la mejor manera».

    Mirando al futuro

    Mientras en las salas de Ehunbide los niños encuentran un espacio seguro para sanar, García y su equipo ya piensan en el futuro. La demanda crece, las derivaciones desde el sistema sanitario aumentan, y cada vez más familias conocen este recurso único en Álava.

    «Los pediatras ya nos están derivando casos, es maravilloso», celebra García. Pero el reto es mayúsculo: dar respuesta a una problemática que afecta a miles de menores y que, como reconoce la psicóloga, siempre va «un paso por detrás» de las nuevas formas de acoso que surgen con las tecnologías.

    En ese despacho, rodeado de «torres» (en el centro de Vitoria-Gasteiz), que ha llevado a algún niño a ponerles el mote de «las chicas de la torre», se está escribiendo una historia de esperanza. Una historia donde el acoso escolar no tiene la última palabra, donde las familias no están solas, y donde cada niño puede encontrar su camino de vuelta hacia la alegría.

    Como resume García: «Queremos que sepan que este es un lugar donde pueden venir a contar lo que les está pasando». Y en un año, han demostrado que eso marca toda la diferencia.

    El papel crucial de las familias en el acompañamiento

    Las familias son parte esencial de este apoyo. Le preguntamos a Zulaima: «Imagino que le dais también algún consejo a los padres y por eso la pregunta ¿Cómo puede una familia apoyar a su hijo o hija para por lo menos estar alerta de si necesita ayuda?»

    «Pues al final es súper importante. ¿Te contesto lo primero? Sí, por supuesto que les damos apoyo [a las familias]. Mi compañera Joana se suele juntar con ellas cuando ellas lo necesitan, o cuando nosotras detectamos que hay algo individual a trabajar con el txiki. La idea es que nos coordinamos entre nosotras: una propone ‘mira, igual qué os parece si trabajamos esta parte’, o a veces son las propias familias las que nos dicen ‘oye, estoy agobiada, ¿puedo ir y estar un rato contigo?’ Por supuesto. Y les damos pautas socioeducativas para acompañar al txiki.

    ¿Cómo lo pueden hacer? Pues volvemos a lo que os decía al principio: no hay una herramienta mágica. Lo importante es hablar de emociones, de encaje, y tener espacios de comunicación. Al final, ellos y ellas conocen a sus hijos e hijas, entonces cuando hay un cambio comportamental muy grave, van a notar que algo raro está pasando. El acompañar, el tener esos espacios, el comunicarse… Si los niños y niñas ven que sus padres están predispuestos a que ellos les cuenten, lo van a acabar contando. Y si no, pueden venir aquí.»

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