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Cipriano Sáenz de Buruaga, misionero y vicario general de los dominicos en Colombia y original de Abetxuko

Era un perito en latín y enseñó en varios conventos de la Orden dominica en España y en Colombia.

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Vista aérea de Abetxuko

Hijo de una humilde familia en el caserío de Abetxuko, Cipriano Sáenz de Buruaga y Fernández de Matauco tuvo una infancia modesta pero llena de aprendizajes. Desde niño, recibió clases de latín de algunos dómines cercanos, y a los trece años ingresó en el Seminario de Calahorra para continuar sus estudios eclesiásticos. Junto con su hermano Juan, que se ordenó sacerdote y murió joven, Cipriano continuó su formación en el Seminario de Aguirre en Vitoria.

Aunque estaba cursando su último año de teología en el seminario, Cipriano decidió ingresar a la Orden dominica y profesó en el convento de Corias en Asturias en 1863. Durante su tiempo allí, enseñó teología moral y escribió obras de ascética y mística, pero estas nunca fueron publicadas. Fue ordenado sacerdote en la Catedral de Oviedo en 1869 y luego fue destinado al convento de Padrón en La Coruña y luego al de Salamanca, donde dio misiones populares en varias diócesis.

Cipriano Sáenz de Buruaga y Fernández de Matauco era un perito en latín y enseñó en varios conventos de la Orden dominica en España y en Colombia. En 1886, se embarcó en un barco francés con destino a Colombia con su compañero, el P. Segundo Fernández, para levantar el decaído convento de Chiquinquirá y restaurar la presencia dominicana en la República de Colombia. Al llegar al Santuario de Nuestra Señora de Chiquinquirá, encontraron solo a dos padres y seis profesos simples, de los que solo uno perseveró.

Cipriano Sáenz de Buruaga y Fernández de Matauco se destacó como un maestro y un líder religioso y fue nombrado vicario general de la Orden dominicana en Colombia en 1894. Su labor misionera, apostólica y educativa fue enorme, y contribuyó a establecer varios nuevos conventos y la incorporación de sesenta religiosos dominicos. También fundó las Terciarias dominicas y enriqueció el Santuario con un gran órgano que llevó a organero y organista para instalarlo.

Después de su muerte en 1907, su labor fue reconocida tanto por las autoridades religiosas como políticas, sociales y educativas de Bogotá. Por su vida de entrega a los demás y su santa muerte, se le otorgó el calificativo de Venerable.

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